II
HISTORIA DEL CALENDARIO LITÚRGICO
El uso de un calendario estrictamente eclesiástico se remonta a los primeros siglos cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los dípticos o tablillas donde estaban escritos los nombres de los mártires y de los obispos de cada iglesia, con la indicación del día de su muerte (el dies natalis) o sepultura (la depositio). Los dípticos tuvieron uso litúrgico en las intercesiones de la plegaria eucarística (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico). También dieron origen al martirologio, catálogo de santos dispuestos según el orden del calendario y en el que están inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.
El más antiguo calendario eclesiástico de la iglesia de Roma llegado hasta nosotros es el extracto copiado por Furio Dionisio Filocalo hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año 336, y contiene la Depositio Martyrum romana y la Depositio Episcoporum romana, catálogo de los mártires y papas venerados en Roma a mediados del siglo IV. En la cabecera de la lista de los mártires figura una indicación preciosa: VIII Kal. lan.: Natus Christus in Betleem Iudae, la primera noticia existente sobre la fiesta de navidad el 25 de diciembre. También figura el 29de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas el Pauli Ostiense.
Más rico aún que el calendario de Filocalo son el calendario de Polemio Silvio (siglo V) y el Kalendarium Carthaginiense (siglo VI), que contiene los natalicios y las deposiciones de los mártires y obispos africanos, junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones. Todas las iglesias de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media, contaban con sus catálogos de dies fastos y de aniversarios de santos, entre los que predominaban los mártires.
En España se conoce el Ordo sanctorum martyrum, de los siglos V, VII, llamado también calendario de Carmona, esculpido en dos columnas, desgraciadamente con la mitad de la lista: desde navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas, además de la natividad del Señor, en las que son celebrados, además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos Fructuoso y compañeros de Tarragona, Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay que esperar hasta los siglos X-XI para encontrar los calendarios propiamente litúrgicos, correspondientes a los libros de la liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición del Liber Ordinum, y modernamente por J. Vives. El santoral de estos calendarios abarca un mínimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la desaparición del rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos más venerados de la liturgia hispánica.
En la liturgia romana se puede seguir la evolución del calendario litúrgico a través de los sacramentarios y de los comes y capitularia de las lecturas. La característica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del siglo VIII, es la no separación, como ocurre en los libros litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los santos se intercalan entre el propio del tiempo, y siempre tienen lugar en el dies natalis. Cuando en un mismo día coinciden varios santos, cada uno tiene su misa, a no ser que tengan relación entre sí. En esta época de la liturgia no habían entrado aún en el calendario las celebraciones de santos marcados por la leyenda.
A partir del siglo IX y durante toda la baja edad media el calendario se multiplica por influjo de actas y pasionarios de mártires, apócrifos muchas veces. Al mismo tiempo se produce una sistematización de las categorías de los santos y se procura completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles debían tener su fiesta, se ampliaban las listas de papas santos -a muchos se les suponía mártires- y se formaban colecciones de santos sin apenas rigor histórico. Las reformas del Misal Romano, publicado en 1570, y del Breviario de 1568 supusieron una drástica simplificación del calendario litúrgico de acuerdo con los principios de la ciencia histórica y hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pío V los libros litúrgicos estaban bajo la autoridad suprema de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podía autorizar la misa y el oficio propios de un santo, el hecho es que, en vísperas del Vaticano II, el santoral amenazaba con ahogar la celebración de los misterios del Señor, no habiendo bastado las reformas parciales de los años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pío X) y 1960 (Juan XXIII).
En efecto, en los cuatro siglos que transcurren desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados según las disposiciones del concilio de Trento hasta el Vaticano II, se habían introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el misal y el breviario. Entre ellos estaban las grandes figuras de esta época, pero también numerosos santos cuyo culto era muy restringido; por ejemplo, los santos pertenecientes a las casas reales europeas. Por otra parte, la inmensa mayoría de los santos con misa y oficio eran religiosos, con enorme predominio de los italianos y franceses. El calendario litúrgico, en estas condiciones, ni era verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la iglesia.
HISTORIA DEL CALENDARIO LITÚRGICO
El uso de un calendario estrictamente eclesiástico se remonta a los primeros siglos cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los dípticos o tablillas donde estaban escritos los nombres de los mártires y de los obispos de cada iglesia, con la indicación del día de su muerte (el dies natalis) o sepultura (la depositio). Los dípticos tuvieron uso litúrgico en las intercesiones de la plegaria eucarística (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico). También dieron origen al martirologio, catálogo de santos dispuestos según el orden del calendario y en el que están inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.
El más antiguo calendario eclesiástico de la iglesia de Roma llegado hasta nosotros es el extracto copiado por Furio Dionisio Filocalo hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año 336, y contiene la Depositio Martyrum romana y la Depositio Episcoporum romana, catálogo de los mártires y papas venerados en Roma a mediados del siglo IV. En la cabecera de la lista de los mártires figura una indicación preciosa: VIII Kal. lan.: Natus Christus in Betleem Iudae, la primera noticia existente sobre la fiesta de navidad el 25 de diciembre. También figura el 29de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas el Pauli Ostiense.
Más rico aún que el calendario de Filocalo son el calendario de Polemio Silvio (siglo V) y el Kalendarium Carthaginiense (siglo VI), que contiene los natalicios y las deposiciones de los mártires y obispos africanos, junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones. Todas las iglesias de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media, contaban con sus catálogos de dies fastos y de aniversarios de santos, entre los que predominaban los mártires.
En España se conoce el Ordo sanctorum martyrum, de los siglos V, VII, llamado también calendario de Carmona, esculpido en dos columnas, desgraciadamente con la mitad de la lista: desde navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas, además de la natividad del Señor, en las que son celebrados, además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos Fructuoso y compañeros de Tarragona, Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay que esperar hasta los siglos X-XI para encontrar los calendarios propiamente litúrgicos, correspondientes a los libros de la liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición del Liber Ordinum, y modernamente por J. Vives. El santoral de estos calendarios abarca un mínimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la desaparición del rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos más venerados de la liturgia hispánica.
En la liturgia romana se puede seguir la evolución del calendario litúrgico a través de los sacramentarios y de los comes y capitularia de las lecturas. La característica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del siglo VIII, es la no separación, como ocurre en los libros litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los santos se intercalan entre el propio del tiempo, y siempre tienen lugar en el dies natalis. Cuando en un mismo día coinciden varios santos, cada uno tiene su misa, a no ser que tengan relación entre sí. En esta época de la liturgia no habían entrado aún en el calendario las celebraciones de santos marcados por la leyenda.
A partir del siglo IX y durante toda la baja edad media el calendario se multiplica por influjo de actas y pasionarios de mártires, apócrifos muchas veces. Al mismo tiempo se produce una sistematización de las categorías de los santos y se procura completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles debían tener su fiesta, se ampliaban las listas de papas santos -a muchos se les suponía mártires- y se formaban colecciones de santos sin apenas rigor histórico. Las reformas del Misal Romano, publicado en 1570, y del Breviario de 1568 supusieron una drástica simplificación del calendario litúrgico de acuerdo con los principios de la ciencia histórica y hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pío V los libros litúrgicos estaban bajo la autoridad suprema de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podía autorizar la misa y el oficio propios de un santo, el hecho es que, en vísperas del Vaticano II, el santoral amenazaba con ahogar la celebración de los misterios del Señor, no habiendo bastado las reformas parciales de los años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pío X) y 1960 (Juan XXIII).
En efecto, en los cuatro siglos que transcurren desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados según las disposiciones del concilio de Trento hasta el Vaticano II, se habían introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el misal y el breviario. Entre ellos estaban las grandes figuras de esta época, pero también numerosos santos cuyo culto era muy restringido; por ejemplo, los santos pertenecientes a las casas reales europeas. Por otra parte, la inmensa mayoría de los santos con misa y oficio eran religiosos, con enorme predominio de los italianos y franceses. El calendario litúrgico, en estas condiciones, ni era verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la iglesia.