III
EL CALENDARIO ROMANO DE 1969
Ante este panorama era inevitable una reforma a fondo del calendario, sobre todo si se querían llevar a la práctica los principios señalados por el Vaticano II referentes al año litúrgico en general y a la primacía del misterio de Cristo en las celebraciones de la iglesia (cf. SC 102-111). La revisión del calendario constituye, por sí sola, un capítulo propio de la reforma general de la liturgia emprendida por el último concilio y uno de los aspectos menos comprendidos por algunos pastores y por no pocos fieles, mal informados y bastante desorientados, por ejemplo, por los cambios de fecha de la conmemoración de algunos santos.
1. LA OBRA DEL "CONSILIUM".
Mons. Bugnini ha contado en su monumental obra La riforma liturgica (1948-1975) (cf Bibl.), la historia de la revisión del calendario, historia llena de incidencias y de presiones, tanto de algunos episcopados como de asociaciones y grupos de todo tipo. Aunque la revisión del calendario comprendía principalmente la estructuración de todo el año litúrgico, especialmente el propio del tiempo, lo cierto es que fue el santoral lo que más trabajo dio.
El grupo de estudio, el coetus, que se ocupó del calendario litúrgico hacía el número uno de toda la organización del Consilium, dado que de él dependía el trabajo de los coetus encargados de la revisión del misal y de la liturgia de las horas. El primer relator o ponente de los trabajos fue mons. Bugnini, más tarde sustituido por P. Jounel. Se elaboraron un total de veinticinco proyectos de trabajo o esquemas (cf "Notitiae" 195-196 [1982] 604-612) y se hicieron dos grandes informes (relaciones), que fueron estudiados y aprobados en otras tantas sesiones plenarias del Consilium en abril de 1965 y en octubre de 1967. Después vino el examen de todo el proyecto del calendario por las Congregaciones para la Doctrina de la Fe y de Ritos. La primera hizo muchas observaciones, especialmente en relación con las fiestas de devoción y el culto de los santos. Para estudiarlas se constituyó una comisión mixta por parte de la Congregación y el Consilium, comisión que se ocupó también de las observaciones enviadas por Pablo VI. El trabajo común resultó muy positivo.
Finalmente, el papa aprobó el calendario revisado y anunció su publicación juntamente con el nuevo Ordo Missae el 28 de abril de 1969. La promulgación del Calendarium Romanum Generale tuvo lugar por medio del motu proprio Mysterü paschalis, que lleva fecha del 14 de febrero del mismo año. La presentación de todo el volumen ocurrió el 9 de mayo. El calendario, litúrgico todavía sufrió algunos retoques antes de aparecer definitivamente en la edición típica del Missale Romanum de 1970.
Como complemento de la reforma del calendario, el 24 de junio de 1970 se publicó una instrucción para la revisión de los calendarios particulares y las misas y oficios propios.
2. LOS PUNTOS FUNDAMENTALES DE LA REVISIÓN.
La constitución sobre la sagrada liturgia expone muy claramente los dos criterios base en los que se apoya la reforma del año litúrgico y el calendario: la primacía de la celebración de la obra de la salvación, especialmente del misterio pascual (SC 107), y la no prevalencia de las fiestas de los santos por encima de aquélla (SC 111). Por consiguiente, las fiestas de los santos debían ser consideradas como una proclamación del misterio pascual (cf SC 104), y no ocupar el puesto de la celebración de los misterios del Señor. Para ello no había otro camino que reducir el santoral y remitir muchas conmemoraciones de santos a los calendarios particulares.
La celebración de la obra de la salvación se estructura en torno a tres grandes tiempos: las celebraciones que se mueven alrededor de la solemnidad de la pascua, la celebración de la manifestación del Señor y los tiempos que no celebran algún aspecto particular de la salvación y forman el tiempo ordinario.
El primer bloque tiene como núcleo el recuperado triduo pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado (san Agustín, Ep. 55,14: PL 33,215), y abarca la cuaresma, iniciada el miércoles de ceniza hasta el jueves santo por la mañana, y la cincuentena pascual, que transcurre desde pascua hasta el domingo de pentecostés. Para dar unidad y sencillez a todo el período (cf SC 34), se suprimieron el tiempo de septuagésima y la octava de pentecostés, así como el denominado tiempo de pasión. La cuaresma se refuerza en su carácter penitencial y bautismal (cf SC 109), y la cincuentena pascual se apoya en los domingos elevados de categoría litúrgica.
El segundo bloque, de la manifestación del Señor, se articula sobre las cuatro semanas del adviento, con sus domingos respectivos, y sobre las solemnidades de navidad y epifanía y la fiesta del bautismo del Señor. Adviento queda perfilado en dos momentos, escatológico el primero (hasta el 17 de diciembre) y de preparación para la navidad el segundo. Se mantiene la octava de navidad con las fiestas del "cortejo del Rey"; pero el día de la octava recupera la antiquísima celebración de la Madre de Dios, sin perder el contenido cristológico de la circuncisión y del nombre de Jesús. El domingo siguiente a navidad se destina a fiesta de la Sagrada Familia. El domingo después de la octava se denomina domingo II de navidad. Desaparece también el tiempo de epifanía. El ciclo de la manifestación del Señor termina el domingo siguiente a la epifanía, en el que se ha situado a la fiesta del bautismo del Señor.
Por último, el tercer bloque ya no se divide en "tiempo después de epifanía" y "tiempo después de pentecostés", sino que forma una serie única y ordenada de domingos per annum, con un total de treinta y cuatro semanas. La característica de este tiempo es no celebrar un aspecto particular del misterio de salvación. Dentro de este período se inscriben algunas solemnidades del Señor que no cambian de puesto, a excepción de la solemnidad de Cristo Rey, asignada al último domingo de la serie. Las otras solemnidades son la Santísima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús.
Las otras celebraciones tradicionales del propio del tiempo, las témporas y las rogativas quedaron asignadas al momento que señalasen las conferencias episcopales.
En cuanto al santoral, los criterios directivos de la revisión del calendario se reducen esencialmente a tres: elección de los santos de mayor relieve para toda la iglesia, universalización del calendario y restitución del santo a su dies natalis, salvo que el día fuese impedido.
El primer criterio permitió fijarse en los santos que ejercieron un influjo mayor en la vida de la iglesia, en los que continúan ofreciendo un mensaje actual y en los que representan los diversos tipos de santidad (martirio, virginidad, vida pastoral, vida conyugal, etc.). El segundo criterio ha mostrado la universalidad de la santidad tanto en el tiempo como en la geografía. El calendario general contiene sesenta y cuatro santos de los diez primeros siglos y setenta y nueve de los otros diez. Los siglos más representados son el IV (veinticinco), el XII (doce), el XVI (diecisiete) y el XVIII (diecisiete). Geográficamente, hay ciento veintiséis santos de Europa, ocho de África, catorce de Asia, cuatro de América y uno de Oceanía. Estos datos pertenecen al momento de aparecer el calendario litúrgico en 1969. La reforma realizada años después en el procedimiento para las causas de los santos está permitiendo universalizar un poco más el calendario. El tercer criterio es fruto, a su vez, de la investigación sobre la vida y la muerte de algunos santos. Este punto, que ha sido uno de los menos comprendidos de la revisión del calendario, revela, sin embargo, un gran esfuerzo de fidelidad histórica. En muchos casos el traslado de la fiesta se ha producido al día exacto de la muerte del santo; en otros, al de su sepultura definitiva o traslado de reliquias; en otros, cuando no había noticias seguras, al día de su ordenación episcopal, etcétera.
Por otra parte, el calendario utiliza una triple categoría de celebración de los -santos: la solemnidad, la fiesta y la memoria, y en esta última distingue entre memoria obligatoria y memoria facultativa. Estas distinciones permiten celebrar a los santos según el grado de su importancia y, sobre todo, conjugar su celebración con los diferentes tiempos litúrgicos. Estas categorías no establecen clases entre los santos, porque aquí entran en juego también los calendarios particulares: un santo que tiene memoria obligatoria en el calendario general puede ser celebrado como solemnidad en el calendario propio de una iglesia particular o de una familia religiosa.
Sabido es que el santoral se ha resentido siempre del influjo de la leyenda áurea. Pues bien, uno de los mayores méritos del calendario litúrgico ha sido el rigor con que ha procedido en el servicio a la verdad. Hay ejemplos concretos de santos que han sido tachados del calendario porque se ha comprobado que no existieron más que en la leyenda. Son casos muy concretos, que han sido objeto de amplios dossiers. Los afectados no han sido solamente presuntos santos medievales; también han sido examinados los mártires de la antigüedad, conservándose únicamente aquellos líe los que se tiene alguna noticia además del nombre: sermones sobre ellos de los santos padres, basílicas dedicadas, etc.
EL CALENDARIO ROMANO DE 1969
Ante este panorama era inevitable una reforma a fondo del calendario, sobre todo si se querían llevar a la práctica los principios señalados por el Vaticano II referentes al año litúrgico en general y a la primacía del misterio de Cristo en las celebraciones de la iglesia (cf. SC 102-111). La revisión del calendario constituye, por sí sola, un capítulo propio de la reforma general de la liturgia emprendida por el último concilio y uno de los aspectos menos comprendidos por algunos pastores y por no pocos fieles, mal informados y bastante desorientados, por ejemplo, por los cambios de fecha de la conmemoración de algunos santos.
1. LA OBRA DEL "CONSILIUM".
Mons. Bugnini ha contado en su monumental obra La riforma liturgica (1948-1975) (cf Bibl.), la historia de la revisión del calendario, historia llena de incidencias y de presiones, tanto de algunos episcopados como de asociaciones y grupos de todo tipo. Aunque la revisión del calendario comprendía principalmente la estructuración de todo el año litúrgico, especialmente el propio del tiempo, lo cierto es que fue el santoral lo que más trabajo dio.
El grupo de estudio, el coetus, que se ocupó del calendario litúrgico hacía el número uno de toda la organización del Consilium, dado que de él dependía el trabajo de los coetus encargados de la revisión del misal y de la liturgia de las horas. El primer relator o ponente de los trabajos fue mons. Bugnini, más tarde sustituido por P. Jounel. Se elaboraron un total de veinticinco proyectos de trabajo o esquemas (cf "Notitiae" 195-196 [1982] 604-612) y se hicieron dos grandes informes (relaciones), que fueron estudiados y aprobados en otras tantas sesiones plenarias del Consilium en abril de 1965 y en octubre de 1967. Después vino el examen de todo el proyecto del calendario por las Congregaciones para la Doctrina de la Fe y de Ritos. La primera hizo muchas observaciones, especialmente en relación con las fiestas de devoción y el culto de los santos. Para estudiarlas se constituyó una comisión mixta por parte de la Congregación y el Consilium, comisión que se ocupó también de las observaciones enviadas por Pablo VI. El trabajo común resultó muy positivo.
Finalmente, el papa aprobó el calendario revisado y anunció su publicación juntamente con el nuevo Ordo Missae el 28 de abril de 1969. La promulgación del Calendarium Romanum Generale tuvo lugar por medio del motu proprio Mysterü paschalis, que lleva fecha del 14 de febrero del mismo año. La presentación de todo el volumen ocurrió el 9 de mayo. El calendario, litúrgico todavía sufrió algunos retoques antes de aparecer definitivamente en la edición típica del Missale Romanum de 1970.
Como complemento de la reforma del calendario, el 24 de junio de 1970 se publicó una instrucción para la revisión de los calendarios particulares y las misas y oficios propios.
2. LOS PUNTOS FUNDAMENTALES DE LA REVISIÓN.
La constitución sobre la sagrada liturgia expone muy claramente los dos criterios base en los que se apoya la reforma del año litúrgico y el calendario: la primacía de la celebración de la obra de la salvación, especialmente del misterio pascual (SC 107), y la no prevalencia de las fiestas de los santos por encima de aquélla (SC 111). Por consiguiente, las fiestas de los santos debían ser consideradas como una proclamación del misterio pascual (cf SC 104), y no ocupar el puesto de la celebración de los misterios del Señor. Para ello no había otro camino que reducir el santoral y remitir muchas conmemoraciones de santos a los calendarios particulares.
La celebración de la obra de la salvación se estructura en torno a tres grandes tiempos: las celebraciones que se mueven alrededor de la solemnidad de la pascua, la celebración de la manifestación del Señor y los tiempos que no celebran algún aspecto particular de la salvación y forman el tiempo ordinario.
El primer bloque tiene como núcleo el recuperado triduo pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado (san Agustín, Ep. 55,14: PL 33,215), y abarca la cuaresma, iniciada el miércoles de ceniza hasta el jueves santo por la mañana, y la cincuentena pascual, que transcurre desde pascua hasta el domingo de pentecostés. Para dar unidad y sencillez a todo el período (cf SC 34), se suprimieron el tiempo de septuagésima y la octava de pentecostés, así como el denominado tiempo de pasión. La cuaresma se refuerza en su carácter penitencial y bautismal (cf SC 109), y la cincuentena pascual se apoya en los domingos elevados de categoría litúrgica.
El segundo bloque, de la manifestación del Señor, se articula sobre las cuatro semanas del adviento, con sus domingos respectivos, y sobre las solemnidades de navidad y epifanía y la fiesta del bautismo del Señor. Adviento queda perfilado en dos momentos, escatológico el primero (hasta el 17 de diciembre) y de preparación para la navidad el segundo. Se mantiene la octava de navidad con las fiestas del "cortejo del Rey"; pero el día de la octava recupera la antiquísima celebración de la Madre de Dios, sin perder el contenido cristológico de la circuncisión y del nombre de Jesús. El domingo siguiente a navidad se destina a fiesta de la Sagrada Familia. El domingo después de la octava se denomina domingo II de navidad. Desaparece también el tiempo de epifanía. El ciclo de la manifestación del Señor termina el domingo siguiente a la epifanía, en el que se ha situado a la fiesta del bautismo del Señor.
Por último, el tercer bloque ya no se divide en "tiempo después de epifanía" y "tiempo después de pentecostés", sino que forma una serie única y ordenada de domingos per annum, con un total de treinta y cuatro semanas. La característica de este tiempo es no celebrar un aspecto particular del misterio de salvación. Dentro de este período se inscriben algunas solemnidades del Señor que no cambian de puesto, a excepción de la solemnidad de Cristo Rey, asignada al último domingo de la serie. Las otras solemnidades son la Santísima Trinidad, el Corpus y el Sagrado Corazón de Jesús.
Las otras celebraciones tradicionales del propio del tiempo, las témporas y las rogativas quedaron asignadas al momento que señalasen las conferencias episcopales.
En cuanto al santoral, los criterios directivos de la revisión del calendario se reducen esencialmente a tres: elección de los santos de mayor relieve para toda la iglesia, universalización del calendario y restitución del santo a su dies natalis, salvo que el día fuese impedido.
El primer criterio permitió fijarse en los santos que ejercieron un influjo mayor en la vida de la iglesia, en los que continúan ofreciendo un mensaje actual y en los que representan los diversos tipos de santidad (martirio, virginidad, vida pastoral, vida conyugal, etc.). El segundo criterio ha mostrado la universalidad de la santidad tanto en el tiempo como en la geografía. El calendario general contiene sesenta y cuatro santos de los diez primeros siglos y setenta y nueve de los otros diez. Los siglos más representados son el IV (veinticinco), el XII (doce), el XVI (diecisiete) y el XVIII (diecisiete). Geográficamente, hay ciento veintiséis santos de Europa, ocho de África, catorce de Asia, cuatro de América y uno de Oceanía. Estos datos pertenecen al momento de aparecer el calendario litúrgico en 1969. La reforma realizada años después en el procedimiento para las causas de los santos está permitiendo universalizar un poco más el calendario. El tercer criterio es fruto, a su vez, de la investigación sobre la vida y la muerte de algunos santos. Este punto, que ha sido uno de los menos comprendidos de la revisión del calendario, revela, sin embargo, un gran esfuerzo de fidelidad histórica. En muchos casos el traslado de la fiesta se ha producido al día exacto de la muerte del santo; en otros, al de su sepultura definitiva o traslado de reliquias; en otros, cuando no había noticias seguras, al día de su ordenación episcopal, etcétera.
Por otra parte, el calendario utiliza una triple categoría de celebración de los -santos: la solemnidad, la fiesta y la memoria, y en esta última distingue entre memoria obligatoria y memoria facultativa. Estas distinciones permiten celebrar a los santos según el grado de su importancia y, sobre todo, conjugar su celebración con los diferentes tiempos litúrgicos. Estas categorías no establecen clases entre los santos, porque aquí entran en juego también los calendarios particulares: un santo que tiene memoria obligatoria en el calendario general puede ser celebrado como solemnidad en el calendario propio de una iglesia particular o de una familia religiosa.
Sabido es que el santoral se ha resentido siempre del influjo de la leyenda áurea. Pues bien, uno de los mayores méritos del calendario litúrgico ha sido el rigor con que ha procedido en el servicio a la verdad. Hay ejemplos concretos de santos que han sido tachados del calendario porque se ha comprobado que no existieron más que en la leyenda. Son casos muy concretos, que han sido objeto de amplios dossiers. Los afectados no han sido solamente presuntos santos medievales; también han sido examinados los mártires de la antigüedad, conservándose únicamente aquellos líe los que se tiene alguna noticia además del nombre: sermones sobre ellos de los santos padres, basílicas dedicadas, etc.