El hecho de que conecte la moral con la redención subjetiva, o justificación, es una característica notable del pensamiento paulino. Resulta particularmente chocante el capítulo vi, de la carta a los romanos. En le bautismo "el hombre viejo es crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado sea destruido con el fin de que no sirvamos ya más al pecado" (Rom., vi, 6). Nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo no es solamente una transformación y una metamorfosis, sino una acción real, el nacimiento de un nuevo ser, sujeto a nuevas leyes y, por consiguiente, a nuevos deberes. Para comprender la importancia de nuestras obligaciones basta vernos a nosotros mismos como cristianos y hacer realidad las nuevas relaciones que resultan de este nacimiento sobrenatural: la filiación a Dios padre, la consagración al Espíritu Santo, la identidad mística con nuestro salvador Jesucristo y la hermandad con los otros miembros de Cristo. Pero esto no es todo. Pablo dice a los neófitos: "Gracias sean dadas a Dios porque, siendo siervos del pecado, habéis obedecido de corazón a la doctrina en la que habéis sido liberados . . . . Pero ahora, siendo libres del pecado, habiéndoos convertido en los siervos de Dios, tenéis el fruto de la santificación, y en la vida eterna" (Rom., vi, 17, 22). Por el acto de fe y el bautismo su sello, el cristiano se hace libremente siervo de Dios y soldado de Cristo. La voluntad de Dios, que él acepta de antemano en la medida en que se manifiesta, se convierte, de ahí en adelante, en su código de conducta. Así es que el código moral de San Pablo descansa por un lado en la voluntad positiva de Dios dada a conocer por Cristo, promulgada por los apóstoles, y aceptada virtualmente por los neófitos en su primer acto de fe, y por otro lado en la regeneración por el bautismo y en la nueva relación que él produce. Todos los mandamientos y recomendaciones de Pablo son una mera aplicación de estos principios.
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