Hemos visto como el hombre caído es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda, Dios en su misericordia envió su Hijo para salvarlo. Que Jesucristo nos salvó en la cruz es una doctrina de San Pablo a menudo repetida, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom., v, 9-10). ¿Qué da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza salvadora? Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos enseña el drama del Calvario bajo tres aspectos, que hay peligro en separa y que se comprenden mejor comparándolos entre sí: (a) por un lado la muerte de Cristo es un sacrificio, como los de la antigua ley, para expiar el pecado y para hacerse a Dios propicio. Cf. Sanday y Headlam, "Romans", 91-94, "La muerte de Cristo en tanto que sacrificio". "Es imposible en este pasaje (Rom., iii, 25) desembarazarse de la siguiente doble idea: (1) del sacrificio; (2) del sacrificio expiatorio . . . Independientemente de este pasaje, no es difícil probar que estas dos ideas de sacrificio y de propiciación son la raíz misma de la enseñanza, no sólo de San Pablo, sino de todo el nuevo testamento en general. "El doble peligro de esta idea es primeramente el querer aplicar al sacrificio de Cristo todos los modos de acción, reales o supuestos, de los sacrificios imperfectos de la antigua ley y, por otro lado, el suponer que Dios se apiada por una especie de efecto mágico, en virtud de este sacrificio donde, por el contrario, fue Él quien tomó la iniciativa de la misericordia instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio”. (b) Por otro lado, la muerte de Cristo representa la redención, el pago del rescate que da como resultado la liberación del hombre de su servitud anterior (I Cor., vi, 20; vii, 23 [times egorasthete]; Gal., iii, 13; iv, 5 [ina tous hypo nomon exagorase]; Rom., iii, 24; I Cor., i, 30; Eph., i, 7, 14; Col., i, 14 [apolytrosis]; I Tim., ii, 6 [antilytron]; etc.) Esta idea, correcta en principio, puede ser inconvenientemente exagerada o aislada. Llevándola más allá del sentido con el que fue escrita, algunos padres avanzaron la extraña sugestión de que Cristo pagó al demonio, que nos tenía sujetos, el necesario rescate. Otro error es considerar la muerte de Cristo como un valor en sí mismo, independientemente del Cristo que la ofreció a Dios por la remisión de nuestros pecados.
(c) También a menudo, Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la muerte eterna. Esta idea de una substitución resultó talmente llamativa a los teólogos luteranos, que admitieron una equivalencia cuantitativa entre el sufrimiento de Cristo y el castigo merecido por nuestras faltas. Llegaron incluso a mantener que Jesús sufrió el castigo de perder la visión divina y sufrir la maldición del Padre. Todo esto no es más que extravagancias que no hicieron sino arrojar descrédito sobre la teoría de la substitución. Se ha dicho con acierto, que la transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
En realidad, los tres puntos considerados más arriba no son sino tres aspectos de la redención que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan, modificando si es necesario todos los otros aspectos del problema. En el texto siguiente, San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Rom., iii, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre: (1) Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. (2) Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil., ii, 8; Gal., ii, 20). (3) el hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse por la fe del fruto de la redención.
(c) También a menudo, Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la muerte eterna. Esta idea de una substitución resultó talmente llamativa a los teólogos luteranos, que admitieron una equivalencia cuantitativa entre el sufrimiento de Cristo y el castigo merecido por nuestras faltas. Llegaron incluso a mantener que Jesús sufrió el castigo de perder la visión divina y sufrir la maldición del Padre. Todo esto no es más que extravagancias que no hicieron sino arrojar descrédito sobre la teoría de la substitución. Se ha dicho con acierto, que la transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
En realidad, los tres puntos considerados más arriba no son sino tres aspectos de la redención que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan, modificando si es necesario todos los otros aspectos del problema. En el texto siguiente, San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Rom., iii, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre: (1) Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. (2) Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil., ii, 8; Gal., ii, 20). (3) el hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse por la fe del fruto de la redención.
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